
Entonces fue cuando ella salió del escondite, cubierta de luz, irradiando azul, encegueciendo y girando velozmente sin siquiera sentir las paredes que la rodeaban. Su forma había dejado de ser humana hace mucho tiempo, volviéndose más vital de lo que alguna vez buscó ser. De lo que antes fue su cabello ahora sólo emanaban el calor y la fuerza de todas esas cosas que solían impulsarla, las mismas cosas que en estos días había logrado olvidar exitosamente. Se deslizó poderosa, bella y ajena, devorando la oscuridad, abriéndose camino sin mirar más que sus extremidades mientras bailaban cortando la noche, intoxicada con su propia irrealidad.
Después de breves momentos y sin una verdadera dificultad, logró llegar al lugar donde otras luces se hacían presentes, pero poca atención prestó a ese que siempre la acompaña y nunca ha cuestionado los pasos que da, a ese que sigue creyendo que los sentimientos no la abandonaron el día que dejó su cuerpo. Él logró ponerse de pie, avanzando por el sendero azul que ahora estaba frente a sus ojos, caminó lento y triste, pero de manera constante hasta alcanzarla. Ella lo miró con dulzura y él simplemente la siguió, sin pensar mucho más sobre lo sucedido, porque todo lo que le queda es creer en ella y no sabe como dejar de hacerlo. Tiene demasiado miedo para acelerar su ritmo y alejarse, no puede aceptar que quizás no la necesite y que ha sido creador de su propia angustia.